8 de junio de 2025

'Canicula di Anna', de Anne Carson

CANICULA DI ANNA

 

¿Qué tenemos aquí?

 

1

 

Lo que tenemos aquí

es la historia de un pintor.

Tiene lugar en Perugia

(la antigua Perusia)

donde vivió el pintor Pietro Vannucci

(c. 1445-1523)

al que llamaban Perugino,

un coetáneo de Miguel Ángel

y maestro de Rafael.

¿Qué necesitas saber?

Unas pocas cosas.

En el siglo quince

los duques de Perugia,

asediados por las fuerzas papales,

se retiraron al peñón sobre el que estaba construida su ciudad

y establecieron una segunda

ciudad interior.

Pasó a llamarse La Rocca

y no los salvó

pero ahí sigue todavía.

El aire en su interior es asombrosamente frío.

En la historia que tenemos aquí

algunos filósofos del momento actual

celebran un cónclave

sobre el antiguo peñón de Perugia.

Parecen haber encargado,

con miras a las relaciones públicas,

a un pintor que deje constancia de ellos

en pigmentos del siglo quince.

Quizás lo hagan por razones históricas

(Perusia tiene un pasado pictórico).

Quizás, un pequeño juego verbal:

parousia exige una cara pintada.

Tu serás capaz de entender

más de lo que entiendo yo.

El pintor, en todo caso,

no es un hombre feliz.

Una mujer, como siempre, es el problema.

Ella también tiene un rostro

y un pasado

dignos de pintarse.

¿Será suficiente material para una historia?

Vediamo.

 

 

2

 

Creo que me gustaría llamarla Anna.

Cuando llegué estaba lloviendo. Todos

parecían estar molestos conmigo.

No pude encontrar

el nombre de Anna en la lista,

sacaron otra lista, no, se reunieron

en un círculo, gesticulando,

desesperadamente. Salí sin hacer ruido.

 

Fuera seguía lloviendo.

Dos cosas ocurrieron

(en la pintura, una superposición de colores)

a la vez, ambas imposibles.

Escuché a alguien pronunciar el nombre de Anna. Vi el mar.

Ahora bien, aquí no hay salida al mar.

Perugia (la antigua Perusia)

está situada a 1444 pies sobre el nivel del mar

en un grupo de colinas que dominan el Tíber:

a 1000 pies por debajo.

Su perfil

es irregular. En el interior de las murallas medievales

se conserva buena parte de los restos de los majestuosos

muros de las terrazas del periodo etrusco.

Algún antiguo etrusco grita «Ah...» bajo la lluvia,

¿es posible? Se dobló

y cayó por el parapeto,

y desapareció en el mar.

 

Perros salvajes, con las bocas goteantes de sangrientas

sílabas, retroceden y corren sobre el suelo

del océano allí abajo.

 

Attenti ai cani.

 

 

3

 

Aquí no la conocen. Es decir,

¡tengo libertad para inventármela! lindos

perros.

 

 

4

 

Dormí, me desperté, dormí con una fiebre de perros.

No cometamos errores acerca de la libertad.

Los ojos arden hacia atrás a través de dos canales en el cráneo.

Podría elegir

quitarle algún color a Anna, por ejemplo.

Todos los pequeños azules y granates.

Sí. Sus frías plantas del pie.

Un leve hedor de huesos quemados

dentro, pero

sí,

un perro puede elegir

aullar o no aullar.

Lei ha una ferita.

Cara ferita.

 

Una tiene una herida.

Tal vez no sea grave.

 

 

5

 

Hay otras mujeres aquí,

estirando sus cuellos al sol.

Suspiro por Anna.

Al pasar por un cubículo vi un cuadro de ella

y cargué con él hasta mi habitación,

febrilmente.

Resultó ser una naturaleza muerta

de albaricoques y agua mineral.

El vaso tiene una grieta

pero me recuerda

a los momentos del día

en que le entraba hambre.

 

 

6

 

Famosos fenomenólogos de tutta l'Italia

se han reunido aquí.

Retrotraen las cosas a los sofistas,

luego suben las escaleras de piedra

para almorzar como dios manda.

Sus frentes no son tan altas

como las frentes

de los fenomenólogos franceses

pero son mucho más afables.

 

El almuerzo aquí es la comida principal del día.

 

 

7

 

E il treno giusto per Perugia?

 

Quizás Anna venga hoy.

Llega un tren a las tres y media.

Una vez llamó por teléfono

desde algún lugar del norte.

No la había visto desde invierno.

(En el cuadro, no blanco

por la nieve, solo marcas azuladas).

Sus respuestas al teléfono se caracterizan

por lo que los fenomenólogos llaman «espesura».

Con una voz que uno podría escuchar

en una costa rocosa. Escarpada.

Atroz en invierno. ¿Justicia?

Podemos esperar de los trenes cierta

«no disimulación de lo que hay», pero no justicia.

 

Del mineral azurita,

que se halla en minas en toda Italia,

puede obtenerse un pigmento de un azul pálido y frío

ligeramente menos caro que el ultramarino,

pero ni mucho menos común.

 

«Ningún tren iba a donde estabas tú», respondió ella.

 

 

8

 

En algún lugar Anna titubea.

 

Quizá esté soñando su sueño.

Siempre le ocurre

justo antes del amanecer.

Está en una habitación

y trata de cerrar la puerta.

Brazos y piernas intentan entrar a la fuerza.

Violentos como langostas. Según ella

se trata de un sueño muy habitual.

Yo nunca se lo he escuchado

a nadie más.

 

 

9

 

Probablemente mucha gente no sepa

que alguien llamado Perugino

se pasó los años de 1483 a 1486

cubriendo de frescos

la parte de la Capilla Sixtina

ahora inmortalizada por el Juicio Final de Miguel Ángel,

cuyos esfuerzos fueron borrados sin miramientos

para dejar sitio al

genio más colosal de su sucesor.

 

 

10

 

El hecho de que Anna esté en alguna parte

tomándose un café o soñando

es algo que me violenta.

No soporto estos momentos de pobreza.

¿Qué come el hombre? se preguntan los fenomenólogos.

Como los perros, los nombres,

ahí abajo,

muriéndose de hambre.

 

 

11

 

Un fenomenólogo de Lovaina la Nueva

nos cuenta lo que Heidegger pensó durante el invierno de 1935.

Una interrogación del arte.

Un círculo por trazar.

Anna no era en ningún caso la cuestión. Y aun así

no todo era perfecto. Nos alerta

sobre una mala traducción (leer «esencia»

por «naturaleza»). Mueve los pies

sobre el suelo de mármol.

El fenomenólogo

tiene los pies color rojo sangre.

Pies desnudos y febriles.

Un ataque.

Pone el círculo en Heidegger

frente al círculo en Hegel.

Sobre el mármol negriazul

sus pies colorados están frente

a los hermosos pies blancos de Cristo.

Lo que está juego,

nos dice el fenomenólogo de Lovaina,

es un exceso. Los otros

fenomenólogos se impacientan.

«Es demasiado fácil decir

Ich bin ich. Es demasiado fácil

que estos pies calientes presupongan

los pies fríos de Cristo».

 

Es demasiado fácil quitarle colores a Anna.

 

Hacen una pausa para un cigarrillo.

Todo mejora. El cigarrillo

facilita una actitud natural.

Es posible una superación de la objetividad.

Es posible un almuerzo.

O una interrogación del almuerzo.

Ninguna pincelada

puede ser solamente genial.

O nos comeríamos

muchas más pinturas.

 

 

12

 

A un paso por detrás del lenguaje

hablado por el fenomenólogo

en su sentido estricto

se encuentra el lenguaje hablado por el fenomenólogo

durante el almuerzo.

Los perros, Anna, se devoran unos a otros las gargantas

allí abajo (por las tardes) por culpa del calor.

Si se trata de un verdadero filósofo

y no solamente de un astuto hombre de negocios,

el fenomenólogo no pierde tiempo

en elaborar su proposición

hasta conectarla esencial y fundamentadamente

con su propio razonamiento. En la pintura

ha alzado el brazo

y trata de alcanzar el otro extremo

de un mantel níveo

reproducido en pinceladas

azules y negras.

 

 

13

 

Retrato de grupo: un encargo especial.

Pinto a los filósofos a la mesa y

de camino al Ser.

La botella es difícil. Pruebo

un color inventado por Cimabue.

Los fenomenólogos se enzarzan en una dialéctica

en torno al vino como vinagre.

Para reproducir los agujeros de las gargantas

(de un rojo negruzco), he adquirido

savia del árbol draco dracaena (un gasto

pero los fenomenólogos lo pidieron)

o sangre de dragón que, según cuenta

la leyenda medieval, originalmente

empapó la tierra

durante las guerras épicas

de elefantes y dragones,

para después ser recogida

por los pintores.

 

 

14

 

El fenomenólogo de París odia los mosquitos

y lleva encima un pequeño aparato electrónico

que atrae a la hembra de mosquito a la muerte

simulando la llamada amorosa del macho. De modo que,

para tapar el quejumbroso sonido, lleva tapones para los oídos color rosa.

Mientras conversa sentado

con el fenomenólogo de Sussex

repara en la entrada de un mosquito.

El inglés se pone en pie de un salto,

gritando, «¡usemos la máquina de los mosquitos!»

y aplasta al insecto contra la pared

con el aparato. Es el primer indicio

de las amplias diferencias ontológicas

que inaugurarán la dialéctica anglofrancesa

en este lugar.

 

 

15

 

Los fenomenólogos hoy se interrumpen entre sí.

Tosen, dejan caer los lápices.

«Su pregunta, que es una pregunta excelente...»

Sonríen.

«Crucial».

Señalan con el dedo.

El afecto fluctúa.

«Pero usted, usted conoce muy bien ese texto...»

Las sillas chirrían.

«Mi interpretación es cuádruple...»

«Doble...»

«En vías de...»

«Me gustaría decir, ja, justo lo contrario...»

«¿Podría?»

Se oye un portazo.

«Puede, pero es un error.»

Risas.

«Nuestra comprensión del mismo debería proceder de...»

«Del arte...»

«Ahistóricamente...»

«De la entrevista del Spiegel...»

Caen papeles.

«¿Sería tan amable de traducir?»

«Diría, el Geschichte de Geschichte...»

Una mujer pide cerillas.

«No trágica...»

«Una especie de pastoral fenomenológica...»

«A Heidegger, ja, le gustaban mucho los campesinos...»

 

 

16

 

El día de la boda de Anna

su padre viajó desde otro país

para disuadirla.

Corrió hacia el altar con las manos llenas de dinero,

todo el mundo se giró.

Tras la ceremonia los dos

se alejaron por el pasillo discutiendo,

y dejaron al novio en el altar,

su voz inaudible por los perros.

En los retratos oficiales

no acaba de quedarme claro

quién es quién.

 

(Para las monedas

el pintor parece haber usado

verdigrís, un acetato de cobre

que produce un tono frío,

bastante azulado

a no ser que se atenúe con azafrán

para acercarlo

al verde verdadero).

 

 

17

 

Fue el delicado Pietro Vannucci,

alias Perugino,

quien ordenó que instalaran los espejos

dentro de La Rocca,

afirman algunos fenomenólogos.

(Otros dicen

que Vassilacchi, alias Alienese,

pero es poco probable que sea cierto).

Necesitaba un lugar donde trabajar.

Necesitaba un lugar al que ir

para alejarse de la cháchara callejera:

Buonarroti, Buonarroti, todo el santo día.

 

 

18

 

Estaba practicando mi italiano en el bar

(los mosquitos prefieren picar los ojos de los extranjeros)

cuando llegó Anna.

Una circunstancia que me puso de mal humor.

Le dije

que durmiera con los ojos abiertos

y me fui a dar un paseo.

Ich bin ich.

 

 

19

 

Un fenomenólogo tiene un ataque de tos.

Otro empieza a insistir en las limitaciones del texto.

Tautologías y enigmas se amontonan como un otoño.

Al Seinsfrage le crecen las ojeras.

Pelo sin peinar. Brusco y malhumorado,

se restriega los ojos,

trata de hacer visible el templo griego.

Se inclina hacia delante; toma pequeños apuntes.

El color como color, la piedra como piedra.

Pequeñas sílabas se escapan.

«La sacralidad es lo que está en juego».

Lo mismo da que los templos griegos

fueran carnicerías. Lo que está en juego es

que hay dos formas de visitar Asís.

Una es ingenua.

A otra le encanta Giotto. Es decir,

un ser tiende a querer

situarse

en frente de otro. (Excepto

donde tenemos que tratar con cripto-hegelianos.

Un cripto-hegeliano tratará

de situarse detrás de Hegel).

Esto es,

uno precede a dos. (Por supuesto,

lo contrario también es cierto).

Uno de los fenomenólogos

al parecer se ha traído a su madre

al seminario. (Al menos,

está presente en el cuadro).

Las manos sobre el regazo, contempla

al orador, infinitamente

cortés hacia nosotros.

 

 

20

 

Blanco de plomo en polvo para los largos ojos de Perugino.

 

 

21

 

La pintura renacentista

tiene en cuenta cada punto en el espacio.

Aquí hay un punto,

Anna,

que discute con el fenomenólogo de Wiesbaden

y alza su mirada al cielo.

Situada

justo fuera de su campo visual,

deslizo mi mirada hacia la izquierda.

 

Postmetafísica yo misma,

no se me podrá

considerar responsable del asesinato.

 

 

22

 

Cuando miras el cuadro no ves el sonido.

Ladridos toda la noche, y

pies golpeando

la roca.

Ladridos como una larga escaldadura.

Ladridos.

Ladridos.

Ves los rostros.

Los duques de Perugia,

podridos de pecado.

Ves cómo cada uno de ellos

desliza la mirada hacia la izquierda.

Hacia Anna.

 

Blanco de plomo en polvo para los largos ojos

de las criaturas

de Perugino.

 

 

23

 

Las líneas puras de Umbría

son una fiebre.

Ella lo sabe.

Ella sabe que escucho.

Otorga a su voz un tono

un poquito más bajo

que los ladridos.

 

 

24

 

Mientras trabaja en su conferencia en la biblioteca,

Anna repara en un escorpión sobre el alféizar.

Se retira al salón de desayunos.

Los fenomenólogos le informan de que se ha equivocado.

«No se trata de un escorpión».

Por otro lado, puede considerarse afortunada.

«Estamos en Italia, no en el norte de África

donde la picadura de escorpión

es mortal».

Finalmente, el conservador de los archivos Husserl de Berlín

accede a acompañarla al piso de arriba.

Está impresionado. «Ja, tienes un escorpión».

Hace una pausa.

Se gira hacia Anna. «¿Me hará el favor de salir de la habitación?»

No podemos saber qué sucedió después.

El pintor ha usado

colores tierra para capturar

la fea mancha sobre el alféizar.

 

 

25

 

Los perros de Anna corrían sobre la sangre allí abajo antes de que llegáramos.

Los perros de Anna estaban furiosos en el siglo quince:

los duques de Perugia construyeron una ciudad dentro de un peñón.

Aun así podían oír a los perros.

Alinearon los cañones sobre la muralla

y los apuntaron mediante espejos.

Los disparos

no acertaron a los perros y alcanzaron al Papa.

Así se desarrolla una cadena de acontecimientos.

El artista

mezcla un color. Sin

la hermosa garganta blanca de Anna

habría estado demasiado oscuro

para pintar

dentro de La Rocca.

 

 

26

 

Os contaré dos cosas sobre Anna.

Le encanta bailar.

Nació con un defecto en el corazón llamado hemólisis

que hace que en los brazos

le salgan coágulos azules de sangre. La afección

no es dolorosa.

Es señal de que debería haber tenido

una gemela.

Tres cosas.

Asesinó a su padre.

 

 

27

 

En el siglo dieciséis había líneas y había perspectivas.

 

Vannucci en Perugia

oye cómo pregonan a Buonarroti.

Un verano caluroso, incluso en las colinas.

En julio, deja que sus aprendices se dispersen

y parte hacia Florencia. Hacia

la enorme cabeza oscura y la fatídica

conversación. Es un salón con los postigos

cerrados del todo. Atestado. Vannucci, Buonarroti.

Buonarroti, Vannucci. Signor.

Intercambios de elogios reticentes.

Un desacuerdo sobre la técnica de la perspectiva.

A voces. Cada vez más altas.

B. acaba llamando a V. un «chapucero del arte»

(goffo nell'arte) y V. presenta una demanda

por difamación.

El pleito no tiene éxito

pero la vergüenza espolea a Perugino

a producir la obra maestra Madonna e Santi

para la Cartuja de Pavía.

(La conocida historia

de que Rafael intervino en la obra

es poco probable que sea cierta).

Dentro de La Rocca

los problemas eran más simples.

Los ladridos tienen que acabar.

O los hombres empezarán

a volverse locos.

 

Los ojos se deslizan hacia la izquierda.

 

 

28

 

A lo largo de la línea de visión

de la barba

y los labios en movimiento

de otro hombre,

la observo.

No cometamos errores

acerca de la libertad.

No hay líneas visibles de por sí.

No hay pinceladas

sin color.

Pero los nódulos tridimensionales

de color azul

de los brazos de Anna

son una ilusión producida por el pintor.

 

 

29

 

El método para producir el ultramarino

a partir del lapislázuli

no se descubrió en Europa hasta el siglo trece.

Antes de esto se importaba, vía marítima,

de ahí el nombre. El ultramarino

estaba disponible

en muchos grados de calidad,

el mejor de los cuales se identifica fácilmente

por su tono frío y su brillo.

 

 

30

 

Algunas de las primeras obras de Perugino

consistieron en enormes frescos

para el convento de los padres jesuatos

(destruido poco después en el asedio de Florencia).

Los jesuatos

le suministraron con ciertos reparos

el costoso pigmento de ultramarino.

Mediante el constante lavado de sus pinceles

Perugino

se hizo con furtivas reservas del color

que

después le devolvió al prior

para dejar en evidencia su tacañería.

 

 

31

 

En las galerías sobre La Rocca

se celebran conciertos hoy en día.

Un Cristo muerto de color verde pálido

contempla al violonchelista.

Es decir, parece

que contempla al violonchelista.

En realidad, bajo sus escasas pestañas

estudia sus propios brazos

que flotan hacia delante

con una energía propia.

Nada extraordinario, parece estar diciendo,

sino una cosa a la que prestar atención,

de momento.

 

El violonchelista es un hombre

tenso y manifiestamente achacoso

asistido por un perro sordomudo.

A ratos ladra desaforadamente (amarillo)

sin producir ningún sonido.

 

 

32

 

Anoche los perros

mataron un gallo ahí abajo.

Cacareó una vez (rojo oscuro) como loco,

a una hora demasiado temprana de la noche.

.   .    .

Se volvieron.

Podías oírlos volverse.

 

Como puedes oír el aplauso

volver entre los espectadores

cuando el violonchelista predilecto

reaparece para saludar al público.

 

Como puedes oír volver las cabezas

cuando Perugino se dirigió hacia

Michelangelo

una calurosa tarde

de 1504.

 

Un niño demente que deambula desde el borde del mundo.

Un grito.

Grido.

 

 

33

 

Por regla general

no merece la pena espiar las conversaciones

de los fenomenólogos. Pero

escuchando a escondidas a Anna hoy

descubrí —¡qué será lo siguiente!—

que pasó cinco años de su adolescencia

en un convento.

«Era despiadada».

Es decir, sabía

que le rompía el corazón a su padre

pero quería tener tiempo para la filosofía.

Las monjas eran más despiadadas.

La veían moverse

discretamente allí atrás

como un metafísico en una novela,

acechando.

Libertas ad peccandum et ad non peccandum.

 

La mirada hacia la izquierda.

 

 

34

 

Lo primero que las monjas

le reprocharon Anna

fueron sus brazos.

La consideraban sospechosa

de simular los estigmas.

 

Lo segundo es que querían que dejara la filosofía.

Es decir, que dejara

de irle bien con la filosofía.

 

Lo tercero era su nombre.

 

 

35

 

«No dependas de mí», dice Anna.

«Si quieres mi consejo,

no dependas de nada en absoluto».

Una de nuestras muchas discusiones sobre la libertad.

Anna se va a bailar

con un fenomenólogo

que es también capitán

del ejército

(reservista).

Cuando este ve que algunos de sus estudiantes de filosofía

(a los que se refiere como «los reclutas»)

se incorporan al baile,

se retira al bar.

Anna sigue bailando alegremente sola.

Yo no bailo.

Un perro puede elegir.

 

«Se te ponen feos los ojos», dice Anna,

«cuando te quejas».

«No me estoy quejando».

 

Los frescos

han sufrido un grave deterioro

al oscurecerse las partes más claras,

debido a la alteración química del

blanco de plomo

por culpa de

la humedad.

 

 

36

 

Dentro de La Rocca bromeaban

con que cuando la comida se acabara

empezarían a cazar a los perros.

Luego, con que si

los perros se acababan entonces

se cazarían unos a otros.

Luego dejaron de bromear.

Dentro de La Rocca

se debate una antigua solución.

Una antigua categoría sale a la luz.

 

 

37

 

«La alegría de vivir es alterarlo».

 

Las alas de ella destellan y se pliegan.

Se detiene

frente al muchacho etrusco

de bronce verde: unas hojas

se mecen enérgicamente en su cabeza.

Este mira hacia abajo, para

descubrir

que sus brazos, si los afloja,

llegan hasta las

plantas de sus pies.

Su deleite es total.

Los grafiti cubren las paredes y las tumbas

del Museo Archeologico.

Me entretengo

fotografiando apariciones

del nombre de Anna, hasta

que un funcionario me lo impide.

 

¿Alterar qué?

 

 

38

 

En el convento

Anna adoptó el nombre

de Helena. Las monjas

estaban satisfechas (Protectora

de la Vera Cruz).

Les resultó

doloroso descubrir

que se refería a Helena de Troya.

Y que se refería

al amor por la inocencia.

 

 

39

 

Perugino, cabe señalar,

fue uno de los primeros pintores italianos

en practicar la pintura al oleo, en la que

puso de manifiesto una profundidad y suavidad

de matices que suscitó no pocos comentarios.

En la perspectiva

aplicó

la novedosa regla

de los dos centros de visión.

 

 

40

 

Categorizar

significa nombrar en público:

κατηγορία

como tantos fenomenólogos

recuerdan al principio de los seminarios.

Categorizar

a menudo es clarificar.

Pero no siempre.

La mugre sagrada, por ejemplo,

representa una antigua categoría

perturbadora para los académicos

y otros hombres libres

de nuestros días.

Un aullido ininterrumpido

a estas alturas. Un ser

hecho de sonidos crudos

unidos por los muñones

que se mueve

como una sola forma

ahí abajo.

Los sonidos

que brillan igual que una risa

y huelen igual que la sangre

constituyen otra problemática

y antigua

categoría.

 

 

41

 

Nubes de humo al amanecer

y hombres corriendo de un lado a otro

con cadalsos y astillas

bajo el parapeto.

Podría habérselo dicho.

Lo perros no arden.

En julio

del año 1509

encendieron hogueras en el exterior de La Rocca.

Podías oír a los perros

dando tumbos entre las llamas ahí abajo.

Ocre

para el calor y los soles brutales y la fiebre.

Para la carne

transparentada

donde el fuego la ha atravesado

usa

manganato negro sobre

limaduras de plata,

virutas de hueso.

«La pintura es una ciencia», grita Perugino,

delirando,

entre el humo.

 

 

42

 

El pan de plata

debe cortarse con un cuchillo sobre una almohadilla de cuero

y aplicarse al lienzo

con un sutil pegamento

de clara de huevo batida y destilada

llamado albumen.

La técnica

no permite

el bruñido

posterior.

 

 

43

 

Un curioso sistema de intercambios

tiene lugar dentro del cuerpo del pintor

cuando trabaja. Trazo

por trazo, gracia

por gracia.

El asesinato se piensa solo.

Las líneas puras de la fiebre se piensan solas.

El pintor elige

donde situarse

y el ritual

avanza dando tumbos.

 

 

44

 

«No».

«Sí».

Dentro de La Rocca

tiene lugar

una antigua dialéctica.

«Ella es irrelevante».

«Esencial».

«Es inocente».

«La inocencia es un requisito».

«Exageras».

«Te repites».

«No es el pecado».

«Aparece en un cuadro sobre el pecado».

«Muy al fondo».

«En todo el centro».

 

 

45

 

Cristo morto.

Es el cuadro de un sacrificio.

Los brazos de la víctima

emiten un brillo

extraño.

Los contempla,

bajando

la mirada,

ni soñoliento en la muerte,

ni satisfecho.

 

Perugino lo pintó en 1509,

mezclando

con resina de ciprés

un sulfuro de arsénico

conocido como oropimente

para los tonos de la piel.

 

¿Alterar qué?

 

 

46

 

La inocencia del amado

insensibiliza al amante.

Igual que te irrita

el canturreo de un loco

detrás de ti en el tren,

sus hermosos

dientes animalescos

brillando entre planos negros

de pintura.

Igual que Helena

irrita a la historia.

 

Senza uscita.

 

 

47

 

El padre de Anna se alistó

por la belleza del uniforme

y sirvió cinco años como capitán:

por las noches recorría carreteras de montaña

para visitar a hurtadillas a la madre de Anna.

Cuando

le diagnosticaron

una afección de la sangre,

optó por continuar

viviendo como quería.

«Beber mucho, amar mucho, descansar bien»,

solía cantar.

Adelgazó: excéntrico.

Adelgazó más: monstruoso.

Anna se negaba a verlo.

Al nacer su hijo

le mandó una carta, con

fotografías, halladas

junto a su cuerpo

al día siguiente.

Celebres tías

hicieron una llamada de larga distancia a Anna.

«Has asesinado a tu padre».

 

 

48

 

La última tarde de la conferencia

los fenomenólogos visitan La Rocca.

Les sorprende el hecho

de que no haya que pagar entrada

en una atracción turística como esta.

Luego, el frío del interior.

Por las ranuras de la roca se cuela un aire rojo oscuro

procedente del siglo quince que les da de lleno,

complicando la tarea de encender un cigarrillo.

Los fenomenólogos se apiñan

en un pasillo,

discutiendo

una cuestión del Dasein de

la sesión de la mañana.

Algunos salen por la puerta equivocada,

tambaleándose bajo la luz repentina.

Un pequeño fenomenólogo

de Bruselas

planea escribir un artículo sobre el sitio

para un editor de Nueva York. No cesa

de preguntar a la conservadora por los espejos,

y sobre la acumulación de provisiones,

pero la pregunta

no se entiende.

(A ella le da la impresión

de que está preguntando

por la dificultad

de desplazarse por La Rocca

con zapatos de tacón, como los

que lleva puestos.

Asiente rotundamente, «È difficile»).

 

 

49

 

Para el rojo muy intenso

usa bermellón,

un sulfuro de mercurio.

Hasta el siglo doce

el bermellón natural abastecía a casi toda Europa

de pigmento rojo.

El descubrimiento en ese momento

de un método para producir

bermellón en grandes cantidades

mediante el calentamiento de mercurio y azufre

fue un acontecimiento de gran importancia

no solo para los artistas

sino también para los científicos.

 

 

50

 

Anna sube unas escaleras construidas con sangre

hasta el avión. Se gira,

echa un último vistazo, guiñando (perdió

las gafas de sol en nuestra

excursión a Asís. Su marido

se las había traído; y

había pronosticado que acabaría

perdiéndolas).

No me ve. Mediodía.

El Pan sobre la pista no arroja sombra alguna.

El calor es movimiento puro.

El aeroplano

explotó cerca de Milán

a manos de unos periodistas

que simularon un atentado.

 

Il mio sbaglio

Il mio grido.

 

 

51

 

«No», dijo Perugino.

La oscuridad rugía a su alrededor.

«Sí», dijeron los duques de Perugia

y empezaron a mover la enorme roca de la puerta.

Antiguos planetas se desplazaron al sur con un estruendo

mientras la conducían

por el pasillo

hacia el exterior.

Anna no escuchó

cómo se volvían los perros.

 

 

52

 

Fue la última vez que tuvo lugar un ritual semejante

en la ciudad y sede arzobispal de

Perugia (la antigua Perusia),

capital de la provincia de Perugia,

que ocupa todo el compartimento de

Umbría,

y se encuentra bajo el signo

de la Virgen y el León

(lo que es

motivo de que

la ciudad sea llamada

Sanguinia

en algunos testimonios antiguos,

y sus habitantes

se levanten con fuerza en armas,

aprecien el pescado,

sean cómicos al hablar,

y no sean pomposos

ni indiferentes al encanto femenino).

 

 

53

 

Negro para los pinos,

negro para los cipreses,

negro para el Cristo pensante.

Pero

plata frotada

hasta el blanco para los huesos

cuando la encontramos, pues

sobresalían

de las heridas como metafísicos

silenciosos,

sin sangre,

asomándose.

 

 

Epílogo

 

Después de contar una historia se producen algunos instantes de silencio. Después las palabras continúan. Porque siempre querrías saber algo más. No exactamente de la historia. No necesariamente, por otro lado, una exégesis. Solamente algo que te acompañe. Después de todo, las historias se acaban pero tú tienes que proseguir con el resto de tu día. Tienes que cambiar de posición, alzar los ojos, volver a darte cuenta del ruido del tráfico, quizás ir a por tabaco. En cuanto lo piensas un escalofrío te recorre el cuerpo; cobra forma un deseo. Quizás sea algo acerca de mí lo que quieres saber... no se trata de que tengas una pregunta en concreto, pero aun así, eso sería mejor que nada. Podría servirte un vaso de vino y seguir hablando sobre el sol que todavía no se ha puesto tras las montañas al otro lado de la ventana o sobre mi teoría de los adjetivos o alguna cosa vergonzante que haya hecho en el pasado, y ninguno de nosotros tendría que irse aún.

            No sabes el temor que me causa este vago deseo tuyo. He sido consciente de él desde el principio, debo serte franca con esto, lo he sentido en torno a la garganta como un cuello de piel de zorro desde el momento en que dije «Vediamo». Justo entonces percibí que tu cuerpo se tensaba de deseo por una historia, y por algo más. Lo rastreaste y escudriñaste y acechaste página tras página. Ahora aquí estamos. Pequeños hocicos se despiertan y muerden.

            Pero podrías decirme, ¿por qué resulta tan terrible poner un pie más allá del final de una historia? Estudiemos más de cerca este momento que se congrega en el lugar que llamamos el final. Hasta este momento has logrado con bastante éxito aguantar las lágrimas, y de repente te sientes desconsolado. No es que quisieras a Anna, o me consideraras una amiga, o que detestaras tu propia vida en concreto. Pero se produce este momento de revelación, y de ocultación, que tiene lugar muy rápido y te parece que pierdes el rastro de algo. Es casi como si oyeras una llave girar en la cerradura. ¿De qué lado de la puerta estás? No lo sabes. ¿De qué lado estoy yo? Me corresponde a mí decírtelo: al menos eso es lo que otros hombres sabios, valientes e íntegros han hecho en una situación similar. Por ejemplo, Sócrates:

 

El hombre que le había administrado el veneno colocó las manos sobre él y al cabo de un rato examinó sus pies y sus piernas, luego le pellizcó con fuerza un pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo «No». Y tras esto, sus pantorrillas; y ascendiendo de este modo nos hizo ver que se estaba quedando frío y rígido. Y otra vez le tanteó y dijo que cuando le llegara al corazón, nos abandonaría. El frío estaba ya casi a la altura del vientre y se destapó —pues se había cubierto la cabeza— y dijo (esto fue lo último que dijo): «Critón, le debemos un gallo a Asclepio: págaselo y no te olvides». «Así se hará —respondió Critón— pero ahora veamos si no tienes algo más que decirme». Sócrates ya no respondió. Transcurrió algún tiempo; se estremeció. El hombre lo destapó del todo y tenía la mirada fija. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.

(Platón, Fedón)

 

Un gallo para Asclepio: qué gesto más distinguido este con el que Sócrates acompaña a sus invitados hacia la noche, señalándoles el camino (han estado bebiendo y no poco). Apenas tenemos muestras de una hospitalidad semejante hoy en día. Y sin embargo, tras haberte retenido conmigo durante tanto tiempo, me parece que sí que tengo algo que ofrecerte. No la información misteriosa, íntima y reconfortante que habrías querido, sino algo que te acompañe, y con toda seguridad es lo mejor de lo que soy capaz. Es simplemente el hecho, mientras bajas las escaleras y caminas por las calles oscuras, mientras percibes formas, mientras contraes matrimonio o hablas bruscamente o esperas un tren, mientras empiezas a imaginar, mientras escudriñas cada marca, simplemente el hecho de mis ojos clavados en tu espalda.

 

 

(Traducción de Andrés Catalán) 

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