CANICULA DI ANNA
¿Qué tenemos aquí?
1
Lo que tenemos aquí
es la historia de un pintor.
Tiene lugar en Perugia
(la antigua Perusia)
donde vivió el pintor Pietro Vannucci
(c. 1445-1523)
al que llamaban Perugino,
un coetáneo de Miguel Ángel
y maestro de Rafael.
¿Qué necesitas saber?
Unas pocas cosas.
En el siglo quince
los duques de Perugia,
asediados por las fuerzas papales,
se retiraron al peñón sobre el que estaba construida su ciudad
y establecieron una segunda
ciudad interior.
Pasó a llamarse La Rocca
y no los salvó
pero ahí sigue todavía.
El aire en su interior es asombrosamente frío.
En la historia que tenemos aquí
algunos filósofos del momento actual
celebran un cónclave
sobre el antiguo peñón de Perugia.
Parecen haber encargado,
con miras a las relaciones públicas,
a un pintor que deje constancia de ellos
en pigmentos del siglo quince.
Quizás lo hagan por razones históricas
(Perusia tiene un pasado pictórico).
Quizás, un pequeño juego verbal:
parousia exige una cara pintada.
Tu serás capaz de entender
más de lo que entiendo yo.
El pintor, en todo caso,
no es un hombre feliz.
Una mujer, como siempre, es el problema.
Ella también tiene un rostro
y un pasado
dignos de pintarse.
¿Será suficiente material para una historia?
Vediamo.
2
Creo que me gustaría llamarla Anna.
Cuando llegué estaba lloviendo. Todos
parecían estar molestos conmigo.
No pude encontrar
el nombre de Anna en la lista,
sacaron otra lista, no, se reunieron
en un círculo, gesticulando,
desesperadamente. Salí sin hacer ruido.
Fuera seguía lloviendo.
Dos cosas ocurrieron
(en la pintura, una superposición de colores)
a la vez, ambas imposibles.
Escuché a alguien pronunciar el nombre de Anna. Vi el mar.
Ahora bien, aquí no hay salida al mar.
Perugia (la antigua Perusia)
está situada a 1444 pies sobre el nivel del mar
en un grupo de colinas que dominan el Tíber:
a 1000 pies por debajo.
Su perfil
es irregular. En el interior de las murallas medievales
se conserva buena parte de los restos de los majestuosos
muros de las terrazas del periodo etrusco.
Algún antiguo etrusco grita «Ah...» bajo la lluvia,
¿es posible? Se dobló
y cayó por el parapeto,
y desapareció en el mar.
Perros salvajes, con las bocas goteantes de sangrientas
sílabas, retroceden y corren sobre el suelo
del océano allí abajo.
Attenti ai cani.
3
Aquí no la conocen. Es decir,
¡tengo libertad para inventármela! lindos
perros.
4
Dormí, me desperté, dormí con una fiebre de perros.
No cometamos errores acerca de la libertad.
Los ojos arden hacia atrás a través de dos canales en el cráneo.
Podría elegir
quitarle algún color a Anna, por ejemplo.
Todos los pequeños azules y granates.
Sí. Sus frías plantas del pie.
Un leve hedor de huesos quemados
dentro, pero
sí,
un perro puede elegir
aullar o no aullar.
Lei ha una ferita.
Cara ferita.
Una tiene una herida.
Tal vez no sea grave.
5
Hay otras mujeres aquí,
estirando sus cuellos al sol.
Suspiro por Anna.
Al pasar por un cubículo vi un cuadro de ella
y cargué con él hasta mi habitación,
febrilmente.
Resultó ser una naturaleza muerta
de albaricoques y agua mineral.
El vaso tiene una grieta
pero me recuerda
a los momentos del día
en que le entraba hambre.
6
Famosos fenomenólogos de tutta l'Italia
se han reunido aquí.
Retrotraen las cosas a los sofistas,
luego suben las escaleras de piedra
para almorzar como dios manda.
Sus frentes no son tan altas
como las frentes
de los fenomenólogos franceses
pero son mucho más afables.
El almuerzo aquí es la comida principal del día.
7
E il treno giusto per Perugia?
Quizás Anna venga hoy.
Llega un tren a las tres y media.
Una vez llamó por teléfono
desde algún lugar del norte.
No la había visto desde invierno.
(En el cuadro, no blanco
por la nieve, solo marcas azuladas).
Sus respuestas al teléfono se caracterizan
por lo que los fenomenólogos llaman «espesura».
Con una voz que uno podría escuchar
en una costa rocosa. Escarpada.
Atroz en invierno. ¿Justicia?
Podemos esperar de los trenes cierta
«no disimulación de lo que hay», pero no justicia.
Del mineral azurita,
que se halla en minas en toda Italia,
puede obtenerse un pigmento de un azul pálido y frío
ligeramente menos caro que el ultramarino,
pero ni mucho menos común.
«Ningún tren iba a donde estabas tú», respondió ella.
8
En algún lugar Anna titubea.
Quizá esté soñando su sueño.
Siempre le ocurre
justo antes del amanecer.
Está en una habitación
y trata de cerrar la puerta.
Brazos y piernas intentan entrar a la fuerza.
Violentos como langostas. Según ella
se trata de un sueño muy habitual.
Yo nunca se lo he escuchado
a nadie más.
9
Probablemente mucha gente no sepa
que alguien llamado Perugino
se pasó los años de 1483 a 1486
cubriendo de frescos
la parte de la Capilla Sixtina
ahora inmortalizada por el Juicio Final de Miguel Ángel,
cuyos esfuerzos fueron borrados sin miramientos
para dejar sitio al
genio más colosal de su sucesor.
10
El hecho de que Anna esté en alguna parte
tomándose un café o soñando
es algo que me violenta.
No soporto estos momentos de pobreza.
¿Qué come el hombre? se preguntan los fenomenólogos.
Como los perros, los nombres,
ahí abajo,
muriéndose de hambre.
11
Un fenomenólogo de Lovaina la Nueva
nos cuenta lo que Heidegger pensó durante el invierno de 1935.
Una interrogación del arte.
Un círculo por trazar.
Anna no era en ningún caso la cuestión. Y aun así
no todo era perfecto. Nos alerta
sobre una mala traducción (leer «esencia»
por «naturaleza»). Mueve los pies
sobre el suelo de mármol.
El fenomenólogo
tiene los pies color rojo sangre.
Pies desnudos y febriles.
Un ataque.
Pone el círculo en Heidegger
frente al círculo en Hegel.
Sobre el mármol negriazul
sus pies colorados están frente
a los hermosos pies blancos de Cristo.
Lo que está juego,
nos dice el fenomenólogo de Lovaina,
es un exceso. Los otros
fenomenólogos se impacientan.
«Es demasiado fácil decir
Ich bin ich. Es demasiado fácil
que estos pies calientes presupongan
los pies fríos de Cristo».
Es demasiado fácil quitarle colores a Anna.
Hacen una pausa para un cigarrillo.
Todo mejora. El cigarrillo
facilita una actitud natural.
Es posible una superación de la objetividad.
Es posible un almuerzo.
O una interrogación del almuerzo.
Ninguna pincelada
puede ser solamente genial.
O nos comeríamos
muchas más pinturas.
12
A un paso por detrás del lenguaje
hablado por el fenomenólogo
en su sentido estricto
se encuentra el lenguaje hablado por el fenomenólogo
durante el almuerzo.
Los perros, Anna, se devoran unos a otros las gargantas
allí abajo (por las tardes) por culpa del calor.
Si se trata de un verdadero filósofo
y no solamente de un astuto hombre de negocios,
el fenomenólogo no pierde tiempo
en elaborar su proposición
hasta conectarla esencial y fundamentadamente
con su propio razonamiento. En la pintura
ha alzado el brazo
y trata de alcanzar el otro extremo
de un mantel níveo
reproducido en pinceladas
azules y negras.
13
Retrato de grupo: un encargo especial.
Pinto a los filósofos a la mesa y
de camino al Ser.
La botella es difícil. Pruebo
un color inventado por Cimabue.
Los fenomenólogos se enzarzan en una dialéctica
en torno al vino como vinagre.
Para reproducir los agujeros de las gargantas
(de un rojo negruzco), he adquirido
savia del árbol draco dracaena (un gasto
pero los fenomenólogos lo pidieron)
o sangre de dragón que, según cuenta
la leyenda medieval, originalmente
empapó la tierra
durante las guerras épicas
de elefantes y dragones,
para después ser recogida
por los pintores.
14
El fenomenólogo de París odia los mosquitos
y lleva encima un pequeño aparato electrónico
que atrae a la hembra de mosquito a la muerte
simulando la llamada amorosa del macho. De modo que,
para tapar el quejumbroso sonido, lleva tapones para los oídos color rosa.
Mientras conversa sentado
con el fenomenólogo de Sussex
repara en la entrada de un mosquito.
El inglés se pone en pie de un salto,
gritando, «¡usemos la máquina de los mosquitos!»
y aplasta al insecto contra la pared
con el aparato. Es el primer indicio
de las amplias diferencias ontológicas
que inaugurarán la dialéctica anglofrancesa
en este lugar.
15
Los fenomenólogos hoy se interrumpen entre sí.
Tosen, dejan caer los lápices.
«Su pregunta, que es una pregunta excelente...»
Sonríen.
«Crucial».
Señalan con el dedo.
El afecto fluctúa.
«Pero usted, usted conoce muy bien ese texto...»
Las sillas chirrían.
«Mi interpretación es cuádruple...»
«Doble...»
«En vías de...»
«Me gustaría decir, ja, justo lo contrario...»
«¿Podría?»
Se oye un portazo.
«Puede, pero es un error.»
Risas.
«Nuestra comprensión del mismo debería proceder de...»
«Del arte...»
«Ahistóricamente...»
«De la entrevista del Spiegel...»
Caen papeles.
«¿Sería tan amable de traducir?»
«Diría, el Geschichte de Geschichte...»
Una mujer pide cerillas.
«No trágica...»
«Una especie de pastoral fenomenológica...»
«A Heidegger, ja, le gustaban mucho los campesinos...»
16
El día de la boda de Anna
su padre viajó desde otro país
para disuadirla.
Corrió hacia el altar con las manos llenas de dinero,
todo el mundo se giró.
Tras la ceremonia los dos
se alejaron por el pasillo discutiendo,
y dejaron al novio en el altar,
su voz inaudible por los perros.
En los retratos oficiales
no acaba de quedarme claro
quién es quién.
(Para las monedas
el pintor parece haber usado
verdigrís, un acetato de cobre
que produce un tono frío,
bastante azulado
a no ser que se atenúe con azafrán
para acercarlo
al verde verdadero).
17
Fue el delicado Pietro Vannucci,
alias Perugino,
quien ordenó que instalaran los espejos
dentro de La Rocca,
afirman algunos fenomenólogos.
(Otros dicen
que Vassilacchi, alias Alienese,
pero es poco probable que sea cierto).
Necesitaba un lugar donde trabajar.
Necesitaba un lugar al que ir
para alejarse de la cháchara callejera:
Buonarroti, Buonarroti, todo el santo día.
18
Estaba practicando mi italiano en el bar
(los mosquitos prefieren picar los ojos de los extranjeros)
cuando llegó Anna.
Una circunstancia que me puso de mal humor.
Le dije
que durmiera con los ojos abiertos
y me fui a dar un paseo.
Ich bin ich.
19
Un fenomenólogo tiene un ataque de tos.
Otro empieza a insistir en las limitaciones del texto.
Tautologías y enigmas se amontonan como un otoño.
Al Seinsfrage le crecen las ojeras.
Pelo sin peinar. Brusco y malhumorado,
se restriega los ojos,
trata de hacer visible el templo griego.
Se inclina hacia delante; toma pequeños apuntes.
El color como color, la piedra como piedra.
Pequeñas sílabas se escapan.
«La sacralidad es lo que está en juego».
Lo mismo da que los templos griegos
fueran carnicerías. Lo que está en juego es
que hay dos formas de visitar Asís.
Una es ingenua.
A otra le encanta Giotto. Es decir,
un ser tiende a querer
situarse
en frente de otro. (Excepto
donde tenemos que tratar con cripto-hegelianos.
Un cripto-hegeliano tratará
de situarse detrás de Hegel).
Esto es,
uno precede a dos. (Por supuesto,
lo contrario también es cierto).
Uno de los fenomenólogos
al parecer se ha traído a su madre
al seminario. (Al menos,
está presente en el cuadro).
Las manos sobre el regazo, contempla
al orador, infinitamente
cortés hacia nosotros.
20
Blanco de plomo en polvo para los largos ojos de Perugino.
21
La pintura renacentista
tiene en cuenta cada punto en el espacio.
Aquí hay un punto,
Anna,
que discute con el fenomenólogo de Wiesbaden
y alza su mirada al cielo.
Situada
justo fuera de su campo visual,
deslizo mi mirada hacia la izquierda.
Postmetafísica yo misma,
no se me podrá
considerar responsable del asesinato.
22
Cuando miras el cuadro no ves el sonido.
Ladridos toda la noche, y
pies golpeando
la roca.
Ladridos como una larga escaldadura.
Ladridos.
Ladridos.
Ves los rostros.
Los duques de Perugia,
podridos de pecado.
Ves cómo cada uno de ellos
desliza la mirada hacia la izquierda.
Hacia Anna.
Blanco de plomo en polvo para los largos ojos
de las criaturas
de Perugino.
23
Las líneas puras de Umbría
son una fiebre.
Ella lo sabe.
Ella sabe que escucho.
Otorga a su voz un tono
un poquito más bajo
que los ladridos.
24
Mientras trabaja en su conferencia en la biblioteca,
Anna repara en un escorpión sobre el alféizar.
Se retira al salón de desayunos.
Los fenomenólogos le informan de que se ha equivocado.
«No se trata de un escorpión».
Por otro lado, puede considerarse afortunada.
«Estamos en Italia, no en el norte de África
donde la picadura de escorpión
es mortal».
Finalmente, el conservador de los archivos Husserl de Berlín
accede a acompañarla al piso de arriba.
Está impresionado. «Ja, tienes un escorpión».
Hace una pausa.
Se gira hacia Anna. «¿Me hará el favor de salir de la habitación?»
No podemos saber qué sucedió después.
El pintor ha usado
colores tierra para capturar
la fea mancha sobre el alféizar.
25
Los perros de Anna corrían sobre la sangre allí abajo antes de que llegáramos.
Los perros de Anna estaban furiosos en el siglo quince:
los duques de Perugia construyeron una ciudad dentro de un peñón.
Aun así podían oír a los perros.
Alinearon los cañones sobre la muralla
y los apuntaron mediante espejos.
Los disparos
no acertaron a los perros y alcanzaron al Papa.
Así se desarrolla una cadena de acontecimientos.
El artista
mezcla un color. Sin
la hermosa garganta blanca de Anna
habría estado demasiado oscuro
para pintar
dentro de La Rocca.
26
Os contaré dos cosas sobre Anna.
Le encanta bailar.
Nació con un defecto en el corazón llamado hemólisis
que hace que en los brazos
le salgan coágulos azules de sangre. La afección
no es dolorosa.
Es señal de que debería haber tenido
una gemela.
Tres cosas.
Asesinó a su padre.
27
En el siglo dieciséis había líneas y había perspectivas.
Vannucci en Perugia
oye cómo pregonan a Buonarroti.
Un verano caluroso, incluso en las colinas.
En julio, deja que sus aprendices se dispersen
y parte hacia Florencia. Hacia
la enorme cabeza oscura y la fatídica
conversación. Es un salón con los postigos
cerrados del todo. Atestado. Vannucci, Buonarroti.
Buonarroti, Vannucci. Signor.
Intercambios de elogios reticentes.
Un desacuerdo sobre la técnica de la perspectiva.
A voces. Cada vez más altas.
B. acaba llamando a V. un «chapucero del arte»
(goffo nell'arte) y V. presenta una demanda
por difamación.
El pleito no tiene éxito
pero la vergüenza espolea a Perugino
a producir la obra maestra Madonna e Santi
para la Cartuja de Pavía.
(La conocida historia
de que Rafael intervino en la obra
es poco probable que sea cierta).
Dentro de La Rocca
los problemas eran más simples.
Los ladridos tienen que acabar.
O los hombres empezarán
a volverse locos.
Los ojos se deslizan hacia la izquierda.
28
A lo largo de la línea de visión
de la barba
y los labios en movimiento
de otro hombre,
la observo.
No cometamos errores
acerca de la libertad.
No hay líneas visibles de por sí.
No hay pinceladas
sin color.
Pero los nódulos tridimensionales
de color azul
de los brazos de Anna
son una ilusión producida por el pintor.
29
El método para producir el ultramarino
a partir del lapislázuli
no se descubrió en Europa hasta el siglo trece.
Antes de esto se importaba, vía marítima,
de ahí el nombre. El ultramarino
estaba disponible
en muchos grados de calidad,
el mejor de los cuales se identifica fácilmente
por su tono frío y su brillo.
30
Algunas de las primeras obras de Perugino
consistieron en enormes frescos
para el convento de los padres jesuatos
(destruido poco después en el asedio de Florencia).
Los jesuatos
le suministraron con ciertos reparos
el costoso pigmento de ultramarino.
Mediante el constante lavado de sus pinceles
Perugino
se hizo con furtivas reservas del color
que
después le devolvió al prior
para dejar en evidencia su tacañería.
31
En las galerías sobre La Rocca
se celebran conciertos hoy en día.
Un Cristo muerto de color verde pálido
contempla al violonchelista.
Es decir, parece
que contempla al violonchelista.
En realidad, bajo sus escasas pestañas
estudia sus propios brazos
que flotan hacia delante
con una energía propia.
Nada extraordinario, parece estar diciendo,
sino una cosa a la que prestar atención,
de momento.
El violonchelista es un hombre
tenso y manifiestamente achacoso
asistido por un perro sordomudo.
A ratos ladra desaforadamente (amarillo)
sin producir ningún sonido.
32
Anoche los perros
mataron un gallo ahí abajo.
Cacareó una vez (rojo oscuro) como loco,
a una hora demasiado temprana de la noche.
. . .
Se volvieron.
Podías oírlos volverse.
Como puedes oír el aplauso
volver entre los espectadores
cuando el violonchelista predilecto
reaparece para saludar al público.
Como puedes oír volver las cabezas
cuando Perugino se dirigió hacia
Michelangelo
una calurosa tarde
de 1504.
Un niño demente que deambula desde el borde del mundo.
Un grito.
Grido.
33
Por regla general
no merece la pena espiar las conversaciones
de los fenomenólogos. Pero
escuchando a escondidas a Anna hoy
descubrí —¡qué será lo siguiente!—
que pasó cinco años de su adolescencia
en un convento.
«Era despiadada».
Es decir, sabía
que le rompía el corazón a su padre
pero quería tener tiempo para la filosofía.
Las monjas eran más despiadadas.
La veían moverse
discretamente allí atrás
como un metafísico en una novela,
acechando.
Libertas ad peccandum et ad non peccandum.
La mirada hacia la izquierda.
34
Lo primero que las monjas
le reprocharon Anna
fueron sus brazos.
La consideraban sospechosa
de simular los estigmas.
Lo segundo es que querían que dejara la filosofía.
Es decir, que dejara
de irle bien con la filosofía.
Lo tercero era su nombre.
35
«No dependas de mí», dice Anna.
«Si quieres mi consejo,
no dependas de nada en absoluto».
Una de nuestras muchas discusiones sobre la libertad.
Anna se va a bailar
con un fenomenólogo
que es también capitán
del ejército
(reservista).
Cuando este ve que algunos de sus estudiantes de filosofía
(a los que se refiere como «los reclutas»)
se incorporan al baile,
se retira al bar.
Anna sigue bailando alegremente sola.
Yo no bailo.
Un perro puede elegir.
«Se te ponen feos los ojos», dice Anna,
«cuando te quejas».
«No me estoy quejando».
Los frescos
han sufrido un grave deterioro
al oscurecerse las partes más claras,
debido a la alteración química del
blanco de plomo
por culpa de
la humedad.
36
Dentro de La Rocca bromeaban
con que cuando la comida se acabara
empezarían a cazar a los perros.
Luego, con que si
los perros se acababan entonces
se cazarían unos a otros.
Luego dejaron de bromear.
Dentro de La Rocca
se debate una antigua solución.
Una antigua categoría sale a la luz.
37
«La alegría de vivir es alterarlo».
Las alas de ella destellan y se pliegan.
Se detiene
frente al muchacho etrusco
de bronce verde: unas hojas
se mecen enérgicamente en su cabeza.
Este mira hacia abajo, para
descubrir
que sus brazos, si los afloja,
llegan hasta las
plantas de sus pies.
Su deleite es total.
Los grafiti cubren las paredes y las tumbas
del Museo Archeologico.
Me entretengo
fotografiando apariciones
del nombre de Anna, hasta
que un funcionario me lo impide.
¿Alterar qué?
38
En el convento
Anna adoptó el nombre
de Helena. Las monjas
estaban satisfechas (Protectora
de la Vera Cruz).
Les resultó
doloroso descubrir
que se refería a Helena de Troya.
Y que se refería
al amor por la inocencia.
39
Perugino, cabe señalar,
fue uno de los primeros pintores italianos
en practicar la pintura al oleo, en la que
puso de manifiesto una profundidad y suavidad
de matices que suscitó no pocos comentarios.
En la perspectiva
aplicó
la novedosa regla
de los dos centros de visión.
40
Categorizar
significa nombrar en público:
κατηγορία
como tantos fenomenólogos
recuerdan al principio de los seminarios.
Categorizar
a menudo es clarificar.
Pero no siempre.
La mugre sagrada, por ejemplo,
representa una antigua categoría
perturbadora para los académicos
y otros hombres libres
de nuestros días.
Un aullido ininterrumpido
a estas alturas. Un ser
hecho de sonidos crudos
unidos por los muñones
que se mueve
como una sola forma
ahí abajo.
Los sonidos
que brillan igual que una risa
y huelen igual que la sangre
constituyen otra problemática
y antigua
categoría.
41
Nubes de humo al amanecer
y hombres corriendo de un lado a otro
con cadalsos y astillas
bajo el parapeto.
Podría habérselo dicho.
Lo perros no arden.
En julio
del año 1509
encendieron hogueras en el exterior de La Rocca.
Podías oír a los perros
dando tumbos entre las llamas ahí abajo.
Ocre
para el calor y los soles brutales y la fiebre.
Para la carne
transparentada
donde el fuego la ha atravesado
usa
manganato negro sobre
limaduras de plata,
virutas de hueso.
«La pintura es una ciencia», grita Perugino,
delirando,
entre el humo.
42
El pan de plata
debe cortarse con un cuchillo sobre una almohadilla de cuero
y aplicarse al lienzo
con un sutil pegamento
de clara de huevo batida y destilada
llamado albumen.
La técnica
no permite
el bruñido
posterior.
43
Un curioso sistema de intercambios
tiene lugar dentro del cuerpo del pintor
cuando trabaja. Trazo
por trazo, gracia
por gracia.
El asesinato se piensa solo.
Las líneas puras de la fiebre se piensan solas.
El pintor elige
donde situarse
y el ritual
avanza dando tumbos.
44
«No».
«Sí».
Dentro de La Rocca
tiene lugar
una antigua dialéctica.
«Ella es irrelevante».
«Esencial».
«Es inocente».
«La inocencia es un requisito».
«Exageras».
«Te repites».
«No es el pecado».
«Aparece en un cuadro sobre el pecado».
«Muy al fondo».
«En todo el centro».
45
Cristo morto.
Es el cuadro de un sacrificio.
Los brazos de la víctima
emiten un brillo
extraño.
Los contempla,
bajando
la mirada,
ni soñoliento en la muerte,
ni satisfecho.
Perugino lo pintó en 1509,
mezclando
con resina de ciprés
un sulfuro de arsénico
conocido como oropimente
para los tonos de la piel.
¿Alterar qué?
46
La inocencia del amado
insensibiliza al amante.
Igual que te irrita
el canturreo de un loco
detrás de ti en el tren,
sus hermosos
dientes animalescos
brillando entre planos negros
de pintura.
Igual que Helena
irrita a la historia.
Senza uscita.
47
El padre de Anna se alistó
por la belleza del uniforme
y sirvió cinco años como capitán:
por las noches recorría carreteras de montaña
para visitar a hurtadillas a la madre de Anna.
Cuando
le diagnosticaron
una afección de la sangre,
optó por continuar
viviendo como quería.
«Beber mucho, amar mucho, descansar bien»,
solía cantar.
Adelgazó: excéntrico.
Adelgazó más: monstruoso.
Anna se negaba a verlo.
Al nacer su hijo
le mandó una carta, con
fotografías, halladas
junto a su cuerpo
al día siguiente.
Celebres tías
hicieron una llamada de larga distancia a Anna.
«Has asesinado a tu padre».
48
La última tarde de la conferencia
los fenomenólogos visitan La Rocca.
Les sorprende el hecho
de que no haya que pagar entrada
en una atracción turística como esta.
Luego, el frío del interior.
Por las ranuras de la roca se cuela un aire rojo oscuro
procedente del siglo quince que les da de lleno,
complicando la tarea de encender un cigarrillo.
Los fenomenólogos se apiñan
en un pasillo,
discutiendo
una cuestión del Dasein de
la sesión de la mañana.
Algunos salen por la puerta equivocada,
tambaleándose bajo la luz repentina.
Un pequeño fenomenólogo
de Bruselas
planea escribir un artículo sobre el sitio
para un editor de Nueva York. No cesa
de preguntar a la conservadora por los espejos,
y sobre la acumulación de provisiones,
pero la pregunta
no se entiende.
(A ella le da la impresión
de que está preguntando
por la dificultad
de desplazarse por La Rocca
con zapatos de tacón, como los
que lleva puestos.
Asiente rotundamente, «È difficile»).
49
Para el rojo muy intenso
usa bermellón,
un sulfuro de mercurio.
Hasta el siglo doce
el bermellón natural abastecía a casi toda Europa
de pigmento rojo.
El descubrimiento en ese momento
de un método para producir
bermellón en grandes cantidades
mediante el calentamiento de mercurio y azufre
fue un acontecimiento de gran importancia
no solo para los artistas
sino también para los científicos.
50
Anna sube unas escaleras construidas con sangre
hasta el avión. Se gira,
echa un último vistazo, guiñando (perdió
las gafas de sol en nuestra
excursión a Asís. Su marido
se las había traído; y
había pronosticado que acabaría
perdiéndolas).
No me ve. Mediodía.
El Pan sobre la pista no arroja sombra alguna.
El calor es movimiento puro.
El aeroplano
explotó cerca de Milán
a manos de unos periodistas
que simularon un atentado.
Il mio sbaglio
Il mio grido.
51
«No», dijo Perugino.
La oscuridad rugía a su alrededor.
«Sí», dijeron los duques de Perugia
y empezaron a mover la enorme roca de la puerta.
Antiguos planetas se desplazaron al sur con un estruendo
mientras la conducían
por el pasillo
hacia el exterior.
Anna no escuchó
cómo se volvían los perros.
52
Fue la última vez que tuvo lugar un ritual semejante
en la ciudad y sede arzobispal de
Perugia (la antigua Perusia),
capital de la provincia de Perugia,
que ocupa todo el compartimento de
Umbría,
y se encuentra bajo el signo
de la Virgen y el León
(lo que es
motivo de que
la ciudad sea llamada
Sanguinia
en algunos testimonios antiguos,
y sus habitantes
se levanten con fuerza en armas,
aprecien el pescado,
sean cómicos al hablar,
y no sean pomposos
ni indiferentes al encanto femenino).
53
Negro para los pinos,
negro para los cipreses,
negro para el Cristo pensante.
Pero
plata frotada
hasta el blanco para los huesos
cuando la encontramos, pues
sobresalían
de las heridas como metafísicos
silenciosos,
sin sangre,
asomándose.
Epílogo
Después de contar una historia se producen algunos instantes de silencio. Después las palabras continúan. Porque siempre querrías saber algo más. No exactamente de la historia. No necesariamente, por otro lado, una exégesis. Solamente algo que te acompañe. Después de todo, las historias se acaban pero tú tienes que proseguir con el resto de tu día. Tienes que cambiar de posición, alzar los ojos, volver a darte cuenta del ruido del tráfico, quizás ir a por tabaco. En cuanto lo piensas un escalofrío te recorre el cuerpo; cobra forma un deseo. Quizás sea algo acerca de mí lo que quieres saber... no se trata de que tengas una pregunta en concreto, pero aun así, eso sería mejor que nada. Podría servirte un vaso de vino y seguir hablando sobre el sol que todavía no se ha puesto tras las montañas al otro lado de la ventana o sobre mi teoría de los adjetivos o alguna cosa vergonzante que haya hecho en el pasado, y ninguno de nosotros tendría que irse aún.
No sabes el temor que me causa este vago deseo tuyo. He sido consciente de él desde el principio, debo serte franca con esto, lo he sentido en torno a la garganta como un cuello de piel de zorro desde el momento en que dije «Vediamo». Justo entonces percibí que tu cuerpo se tensaba de deseo por una historia, y por algo más. Lo rastreaste y escudriñaste y acechaste página tras página. Ahora aquí estamos. Pequeños hocicos se despiertan y muerden.
Pero podrías decirme, ¿por qué resulta tan terrible poner un pie más allá del final de una historia? Estudiemos más de cerca este momento que se congrega en el lugar que llamamos el final. Hasta este momento has logrado con bastante éxito aguantar las lágrimas, y de repente te sientes desconsolado. No es que quisieras a Anna, o me consideraras una amiga, o que detestaras tu propia vida en concreto. Pero se produce este momento de revelación, y de ocultación, que tiene lugar muy rápido y te parece que pierdes el rastro de algo. Es casi como si oyeras una llave girar en la cerradura. ¿De qué lado de la puerta estás? No lo sabes. ¿De qué lado estoy yo? Me corresponde a mí decírtelo: al menos eso es lo que otros hombres sabios, valientes e íntegros han hecho en una situación similar. Por ejemplo, Sócrates:
El hombre que le había administrado el veneno colocó las manos sobre él y al cabo de un rato examinó sus pies y sus piernas, luego le pellizcó con fuerza un pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo «No». Y tras esto, sus pantorrillas; y ascendiendo de este modo nos hizo ver que se estaba quedando frío y rígido. Y otra vez le tanteó y dijo que cuando le llegara al corazón, nos abandonaría. El frío estaba ya casi a la altura del vientre y se destapó —pues se había cubierto la cabeza— y dijo (esto fue lo último que dijo): «Critón, le debemos un gallo a Asclepio: págaselo y no te olvides». «Así se hará —respondió Critón— pero ahora veamos si no tienes algo más que decirme». Sócrates ya no respondió. Transcurrió algún tiempo; se estremeció. El hombre lo destapó del todo y tenía la mirada fija. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
(Platón, Fedón)
Un gallo para Asclepio: qué gesto más distinguido este con el que Sócrates acompaña a sus invitados hacia la noche, señalándoles el camino (han estado bebiendo y no poco). Apenas tenemos muestras de una hospitalidad semejante hoy en día. Y sin embargo, tras haberte retenido conmigo durante tanto tiempo, me parece que sí que tengo algo que ofrecerte. No la información misteriosa, íntima y reconfortante que habrías querido, sino algo que te acompañe, y con toda seguridad es lo mejor de lo que soy capaz. Es simplemente el hecho, mientras bajas las escaleras y caminas por las calles oscuras, mientras percibes formas, mientras contraes matrimonio o hablas bruscamente o esperas un tren, mientras empiezas a imaginar, mientras escudriñas cada marca, simplemente el hecho de mis ojos clavados en tu espalda.
(Traducción de Andrés Catalán)
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